El hallazgo de este testimonio, junto con el reconocimiento de varios marineros que identifican a Anglés como el polizón fugado, cambia por completo la narrativa oficial. A ello se suman decenas de llamadas de ciudadanos irlandeses que aseguran haberlo visto por Dublín e incluso en barrios del extrarradio. La ciudad, entonces, se convierte en un tablero de posibilidades donde el asesino más buscado de España se mueve con 24 horas de ventaja sobre la policía local.
Pero el episodio va más allá: la desaparición de la joven estadounidense Annie McCarrick, ocurrida en las mismas fechas y a pocos kilómetros del puerto, abre una inquietante línea paralela. La coincidencia temporal y geográfica lleva al exagente del FBI Kenneth Strange y a la policía irlandesa a considerar a Anglés como sospechoso también en este caso. El relato se completa con una mirada al pasado: los paralelismos entre el ataque que Antonio Anglés cometió en 1991 contra Nuria Pera y el crimen de Alcàsser muestran un patrón inquietante que nunca fue analizado a fondo.
Con nuevos testimonios, pistas cruzadas y conexiones insospechadas, este capítulo demuestra que la fuga de Antonio Anglés no fue un final, sino el inicio de un misterio aún mayor. Un asesino suelto, una ciudad en vilo y una justicia que, tres décadas después, sigue sin cerrar el caso.